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Manual del Vuelo a Vela
Wolf Hirth
1942
Vuelo en un frente tormentoso
por
G. GROENHOFF
El traductor
cree llenar una laguna, incluyendo aquí, como ejemplo de vuelo en frente tormentoso, el
célebre vuelo de Groenhoff, realizado el
4 de mayo de 1931, que los lectores alemanes conocen por su lectura en el libro de Hirth, Die
hohe Schule des Segelfluges («El vuelo a
vela de alta escuela »).
Además,
es la natural continuación del capítulo de vuelo con apoyo en las nubes redactado por Späte y, por otra
parte, representa uno de los alardes mayores del ser humano en su lucha con la Naturaleza,
dominándola y venciéndola, a pesar de la majestuosa bravura con que se manifiesta en una
tormenta. El piloto relata, con asombrosa naturalidad y sencillez, uno de los episodios
más brillantes del hombre como habitante de un planeta que aun tiene energías que
parecen resistir a toda tentativa de esclavitud. Póngase atención en el relato de Groenhoff y trate la
juventud española de llegar, con sus hazañas, a la altura en que hoy está el vuelo a
vela; cosa que seguramente hará disponiendo, como dispone, de un país que tan excelentes
condiciones tiene para ello, pues, en cuanto al elemento hombre, será por lo menos lo
mismo que son los demás. Habla Groenhoff:
« Con motivo de las Sesiones que habían de celebrar
en Munich los pilotos de vuelo meteorológico, debía yo acudir a esa ciudad, como
representante de la Sociedad Rhön
Rossitten, para hacer
una exhibición de vuelo remolcado.
» Las
Sesiones daban comienzo en la mañana del 4 de mayo de 1931 y como venía reinando viento
del Noroeste se planeó intentar un vuelo a vela sobre los Alpes. Yo había llegado a
Munich el día antes, volando remolcado con el « Fafnir », y
cuando, en el aeródromo de Oberwiesenfeld, estaba todo
dispuesto para envolar y me disponía a partir habiendo oído el amable consejo de los
meteorólogos, el viento, naturalmente, cambió de dirección y echó abajo todos mis
planes. Pero afortunadamente había en el cielo hermosos cúmulos y bajo ellos podía
mantenerse mucho tiempo un velero.
» Así
pues, Peter
Riedel, que pilotaba
el avión remolcador, dio gases y empezó a arrastrarme por el aeródromo con el cable de
120 m. de largo que servía para el remolque. El « Fafnir » dio un
gracioso salto al encontrar un nido de topo y empezó a cernerse airosamente detrás del
avión. Los hombres y las casas van haciéndose, allá abajo, cada vez más pequeños y,
en cuanto tenemos altura suficiente, nos dirigimos hacia Munich. Yo iba observando
atentamente todos los movimientos que hacia el « Fafnir » para aprovechar el instante
oportuno de desembragar; llega este momento, con la ligera detención consiguiente y el
cable de remolque cae:
Riedel se
vuelve al aeropuerto y me deja abandonado a mi suerte.
» Con
todo ahínco me pongo a buscar una ascendencia hasta que, por fin, en el margen de una
nube noto que el « Fafnir » sube ligeramente. Viro con mucho cuidado para tantear la
entrada en la invisible ascendencia; a una curva sigue otra que van subiéndome, metro a
metro, cada vez más cerca de la nube. Aquí, arriba, el aire está turbio, pero la
visibilidad hacia abajo es admirable. Es justamente mediodía. En las calles se ve un gran
movimiento y hasta distingo perfectamente cómo el « Schupo » regula la circulación (Schupo
es el nombre popular con que se distingue en Alemania al guardia de la circulación y es
la contracción de su verdadero nombre: Schutz
Polizzi
N. del T.). Una vez, el
rebaño de los de cuatro ruedas se mueve en una dirección y después de una corta pausa,
en la otra. Allá, veo reunirse un par de grupos de personas que miran al cielo: ¿ será,
acaso que me contemplan, que observan este curioso pájaro de presa ? Hacia el Sur, al
parecer no lejos, veo relucir la clara cordillera de los Alpes. Pero no tengo mucho tiempo
para mirar, pues con la misma facilidad que la ascendencia me ha elevado 400 m., me
sorprende la descendencia bajándome 200 m. y en este momento empieza la lucha con los
metros de altura, mediante la cual consigo permanecer sobre la ciudad por espacio de una
hora, hasta que ya me parece que ello toca a su fin, encontrándome con la altura justa
para llegar planeando al Oberwiesenfeld. En este momento veo hacia el Norte un hermoso
cúmulo !
» Por lo
tanto, tengo la obligación de tantear si quiere sostenerme todavía otro rato y, en
efecto, pronto cesa el « Fafnir » de bajar
y, al contrario, empieza a subir. Virando y virando, otra vez estamos en lo alto y más,
me encuentro dentro de la nube. El vuelo sin visibilidad que debo hacer ahora no es nada
fácil, pues la gran turbulencia que tiene la nube pone al « Fafnir » muchas veces en
situaciones críticas; pero una vez que salí por el costado de la nube y volé entre
gigantescas montañas blancas, viré rápidamente para volverme al húmedo gris y traté
de subir en la ascendencia de la nube. Sin embargo, no conseguí llegar a mucha altura; la
ascendencia cesó y poco a poco fui perdiendo altura hasta que salí por debajo de la
nube.
»
Mientras estuve en el cúmulo hice un buen recorrido, pues bajo mis pies estaba el
precioso palacio de Schleissheim y mientras
quiero enterarme de ello veo con asombro que el cielo sobre mí, especialmente hacia el
Sur, se ha cubierto con una capa cerrada de nubes y solamente un par de rayos de sol
llegan hasta el suelo. La cordillera de los Alpes, que hace poco se veía tan claramente,
desaparecía ahora detrás de la cortina de lluvia. Pronto estuve envuelto por un gris
uniforme y solamente allá en el Este lucía el sol. De ascendencia ya no había nada
que hablar: siempre perdiendo altura iba volando hacia Oberwiesenfeld.
» Las
gruesas nubes oscurecen el cielo cada vez más y, por fin, salta el primer relámpago. El
misterio se ha disipado y ante mí se presenta una gran tarea: estoy obligado a hacer mi
vuelo de distancia apoyándome en la tormenta; esto sería un gran éxito para las
Sesiones del Vuelo meteorológico. Sin embargo, el altímetro siempre marca menos altura.
¿ Dónde podría encontrar la ascendencia de la tormenta ? El rulo de aire de una
tormenta no es una cosa fácil de distinguir. Allá abajo, en Oberwiesenfeld, despega un
aparato de viajeros y huye del mal tiempo. No me resta más posibilidad, si no quiero
perder la altura que me queda, que la de volar directamente hacia la tormenta.
» Por
tanto, ¡ pongo rumbo al Sur !
» Las primeras piedras de granizo caen sobre las alas con lúgubre regularidad y ante mí
penden grandes y desgarrados jirones de nubes. El trueno sigue inmediato al relámpago y
retumba lúgubremente por la atmósfera, como si se estuviese en un gran ámbito
cerrado. Con verdadera ansia pongo oído para cerciorarme de que mis instrumentos
registradores siguen marchando, pues creo que para la ciencia será de gran valor todo lo
que llevo hecho hasta este momento y más aún, lo que me espera. Todavía, antes de
decidirme, reflexiono otra vez sobre si podré afrontar la responsabilidad de la osadía
que supone entrar en lucha con estas majestuosas y potentes fuerzas naturales. Pero la
decisión estaba ya tomada, porque al forjar mis planes había tenido tiempo suficiente
para pensar lo que haría ante un caso semejante. Los pensamientos van y vienen y por fin
se acerca la solución. En medio de la densa y oscura nube, el « Fafnir » empieza a
subir regularmente con velocidad de 3 m/s., mientras que la visibilidad va empeorando
constantemente; detrás de la blanca cortina de granizo van desapareciendo lentamente
los últimos rasgos de la tierra. A un lado cruza el espacio un relámpago, pero no se oye
ningún trueno y las piedras siguen cayendo sobre el «Fafnir » con gran estrépito. Mi
instrumento marca continuamente lo mismo: subir. El aire se va haciendo cada vez más
agitado y resulta difícil mantener el « Fafnir » en buena posición de vuelo, cuando,
de repente, el indicador de velocidad empieza a retroceder y en vista de ello empujo la
palanca rápidamente para ganar velocidad; pero el índice del indicador no hace otra cosa
que saltar a un lado y a otro, mientras que el « Fafnir » silba agudamente a causa de su
rápido vuelo. Es que el indicador de velocidad se ha atascado con el granizo y no marca.
Lo mismo le pasa al « Horizonte artificial » y tengo que volar únicamente con la
brújula y el instinto.
» Las
rachas son cada vez más duras y zamarrean a su gusto las alas y, a la vez, las piedras
llegan al tamaño de cerezas y caen con tal fuerza que, poco a poco, empiezan a verse
rasgaduras en el entelado. El timón de altura es un siete completo. Un meneo fortísimo
me levanta del asiento con tapa y todo. El aparato vuela a tal velocidad, que miro a las
alas esperando el momento de que se rompan; pero sólo se flexan y en proporciones tales
que nunca las habría creído posibles. Mientras tanto un relámpago rasga el espacio, a
distancia que parece muy próxima y el trueno restalla como si el rayo hubiese caído en
el aparato para luego retumbar varias veces de arriba abajo. Trato siempre de volar
hacia el Nordeste, ayudándome con la brújula, para ver si consigo llegar a la región
delantera de la tormenta, lo que efectivamente logro. El granizo va sonando cada vez más
suave y por último veo aparecer poco a poco la tierra bajo mis píes. En seguida, pico
para hacer con el « Fafnir » una espiral descendente.
» Siento
así como cuando por primera vez se puede respirar hondo después de haber estado
ahogándose. Al encontrarme ya en la claridad miro con encogimiento hacia las alas para
ver qué ha sido de ellas: por todas partes tienen largas rasgaduras y numerosos
agujeros; pero mi pájaro vuela tan perfectamente que no siento cuidado alguno. Acaso cien
metros detrás de mi sigue avanzando el rulo de la tormenta, ese rulo que me hace falta
para volar a vela. Y todo el denso gris que lo forma sigue continuamente en movimiento,
formándose grandes remolinos, que hacen de esa zona un espacio casi imposible de salvar
con un velero. Ante mí, allá lejos, por el Nordeste, se ve el paisaje iluminado por el
sol, y al Sur, la larga y blanca cadena de los Alpes.
»
Empiezo por hacer mi servicio de descubierta para reconocer la extensión del « frente
» y poder ver dónde se halla la mejor ascendencia. La cosa me resulta muy rápida y veo
que la tormenta, desde el punto de vista humano, es pequeña; solamente de unos 15 Km. de
longitud en su frente, y hay que tener presente que existen frentes de 1000 Km. de
extensión. Delante del rulo de la tormenta la ascendencia es intensa y uniforme, así que
rápidamente llego a los 2200 m. de altura. Aquí y allá se forman nubes a mi alrededor;
pero, volando sin visibilidad cuando es preciso, conservo el rumbo hacia el Nordeste, y
durante horas avanzo siempre con la tormenta.
» Con
gran sorpresa descubro en estas alturas una mariposa; pienso en este momento si la pobre
mozuela tendrá aquí el mismo frío que tengo yo; sin tiempo para otra cosa la dejo
atrás. En esto me apercibo de que mi asiento se ha puesto atrozmente mojado; los granizos
que se habían acumulado empiezan a derretirse y el agua corre por el fuselaje y sube
constantemente su nivel. Empiezo entonces a barrenar hasta hacer un agujero en el suelo
del fuselaje por el que pueda escapar el agua.
» Es muy
interesante observar lo que pasa abajo, en el suelo, cuando llega una tormenta. Es curioso
ver cómo una columna de humo que sube tranquila allá en alguna parte, cambia de forma al
pasar el frente; se puede seguir con toda precisión el lento giro del viento al acercarse
la tormenta y cómo es arrastrado el humo hacia arriba cuando llega la ascendencia y en el
borde mismo de ella, sube haciendo una larga espiral. Abajo, por las carreteras, corren
carros y coches que quieren estar en casa antes de que llegue la fría ducha. A ratos
observo cómo la lluvia se va acercando a ellos y por fin los obsequia con una rociada. En
los árboles se ve bien la llegada del huracán antes de la tormenta. Continuamente caen
rayos sobre la tierra alguna vez también en un caserío. ¿ Se produce algún incendio ?
Nada veo.
»
Después de mi largo vuelo, distingo ante mí el curso del Danubio y bajo mí el Walhala.
De Ratisbona veo poco, pues las nubes me rodean por todas partes y por fin se cierran a mi
alrededor.
»
Volando sin visibilidad trato continuamente de seguir la ruta del Nordeste, pero esta
lucha dura eternidades: alguna vez vuelve a caer granizo y todo esto me resulta
inexplicable; hasta llego a pensar que la brújula se ha estropeado y que me he ido otra
vez hacia la tormenta. De repente empieza el « Fafnir » a descender rápidamente ; salgo
de las nubes y me acerco de prisa al suelo. Entonces comprendo que he entrado en otra
pequeña tormenta que precedía a la principal y que estoy en la descendencia posterior de
ella. En vista de ello, viro para volver a donde había estado, pero me parece que ya es
demasiado tarde. Aproximadamente a 150 m. de altura cesa la descendencia. Justamente la
altura precisa para buscar un sitio apropiado para el aterrizaje. Pero entonces descubro
ante mí una pequeña ladera y pienso en mantenerme en ella, aunque sólo sea un par de
minutos y así viro con gran cuidado y empiezo a ir y venir a lo largo de ella, observando
que conservo, poco más o menos, la altura que tenía ; a los diez minutos de esta
táctica llega el huracán que precedía a la tormenta antigua, con la que había hecho el
vuelo, y esto refuerza la ascendencia y me engancho otra vez al campo ascendente del rulo
de aire de la tormenta, llegando nuevamente a los 2000 m. de altura que tuve durante el
viaje. La tormenta avanza por los bosques de Bohemia; parece detenerse allí
momentáneamente y descarga lúgubre sobre las montañas. Poco a poco viene el atardecer.
El sol aparece por el claro horizonte y baña todo con su rojiza luz : precioso es el
magnífico paisaje que deja impresión indeleble. Para poder aterrizar antes de que llegue
la noche, trato de alejarme del frente y de abandonar su ascendencia y así, planeando,
voy perdiendo altura poco a poco, pero la oscuridad se me echa encima mucho antes de lo
que había supuesto y cuando aun tenía 1000 m. de altura veo ya encenderse las primeras
luces en la tierra. La visibilidad se hace cada vez peor. Veo, en una gran ciudad que se
extiende ante mi vista, cómo va encendiéndose el alumbrado de las calles, sucesivamente
en cada barrio. Tomo el rumbo hacia la gran ciudad; allí recibiré seguramente el auxilio
necesario ; no distingo el terreno que se extiende a mis pies. Bruscamente se me aparece
debajo la luz de una casa. No hay duda de que debo aterrizar. Doy voces todo lo más alto
que puedo para hacer notar mi presencia, pero nada veo. De repente me encuentro con las
vertientes escarpadas de un río. Entre empinadas laderas, corre el Egra: quiero virar,
pero veo que no me basta la altura que tengo para llegar al borde de la ladera.
» La
otra orilla es un poco más baja y trato de pasar sobre ella y ahora es cuando me apercibo
de lo mucho que ha sufrido el « Fafnir » en la lucha con el granizo; pierde altura muy
aprisa; el momento es de ansiedad; sólo con un par de metros vuelo por encima de la
empinada ladera y aterrizo suavemente, viéndome ante una línea de alta tensión. Aun
cuando nadie me oiga, grito con todas mis fuerzas: « Hurra ! » Estiro mis miembros que
apenas quieren moverse y salgo del aparato hallándome de pie junto a mi fiel pájaro, mi
querido « Fafnir »; el pobre está lastimoso, pero compruebo que los instrumentos siguen
su rítmico tic-tac. Después de irritarme la garganta de tanto gritar durante un cuarto
de hora, sin que nadie aparezca, decido emprender la marcha a lo largo de la línea de
alta tensión, que ella me llevará a lugar habitado. La ciudad era Kaaden, en
Checoslovaquia.
» En
ocho horas y media de vuelo había hecho 272
Km. ! Llevo conmigo un precioso material para la ciencia meteorológica.»
Seguramente que
el lector agradecerá el haberle presentado esta bella página del vuelo sin motor.
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